Nace a principios del s. XV en Fabriano (Italia) de la
familia Sérvoli de modesta condición. Se distinguió por la austeridad de su
vida y por su interés en promover la paz (1481).
Fue de oración asidua, vida austera y gran trabajador por la
paz. Cooperó decididamente en la reforma promovida entonces por san Antonino de
Florencia, siendo prior de los conventos de Fabriano, Perusa y Ascoli Piceno.
La bondad y piedad de Constancio era conocida y admirada ya
desde su niñez. En cierta ocasión en que los médicos habían desahuciado a su
hermanita, Constancio Bernocchi rogó a sus padres que se arrodillaran con él
junto al lecho de la enferma para orar por su curación. Sus padres lo hicieron
así y la niña quedó instantáneamente curada. Al crecer, Constancio entró en la
Orden de Santo Domingo, en el convento de Santa Lucía, a los quince años de
edad. Según parece, recibió el hábito de manos del beato Lorenzo Ripafratta,
quien era entonces prior de ese convento de estricta observancia.
Constancio fue uno de los que trataron de reformar el
convento de San Marcos de Florencia y durante su profesorado en esa ciudad, dio
por primera vez muestras de poseer el don de profecía. Por ejemplo, presenció
en espíritu la muerte de san Antonino, como lo menciona la bula de Clemente VII
sobre la canonización de dicho santo. Se cuenta también que Constancio había
recibido del cielo el poder de obrar milagros. Además de su propio oficio,
desempeñó también el de pacificador en los tumultos populares.
Constancio no tenía el espíritu alegre de otros muchos
santos de su orden. Generalmente estaba triste. Como alguien le preguntase por
qué reía tan raras veces, Constancio respondió : «Porque no sé si mis acciones
agradan a Dios». Rezaba todos los días el oficio de los muertos; también rezaba
con frecuencia el salterio entero, que conocía de memoria. Recomendaba a otros
la misma devoción y decía que, cuando quería obtener una gracia, rezaba el
salterio por esa intención y la obtenía infaliblemente.
Con la ayuda del concejo municipal, reconstruyó el convento
de Ascoli, donde vivió y murió, a pesar de que el pueblo de Fabriano le rogó
repetidas veces que fuese a pasar los últimos años en su tierra natal. Su fama
de santidad era tan grande, que las gentes consideraban como un privilegio el
hablarle o tocar su hábito.
Murió el 24 de febrero de 1481 y su cuerpo reposa en la
hermosa iglesia de Santo Domingo y su cabeza se venera en la catedral de
Fabriano. El senado y el concejo de la ciudad declararon que su muerte era «una
calamidad pública» y pagaron los gastos de un pomposo funeral.
Su culto fue confirmado por el Papa Pío VII el 22 de
septiembre de 1821.
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